La salud agoniza
La salud
mental agoniza, trastabilla, no con obstáculos microscópicos que produce el
Covid-19 que nos amenaza con la finitud y la muerte; lo hace con el ninguneo de
su necesidad, con la ausencia de un estado que se vio superado frente al
incidente crítico, que excedió cualquier recurso capaz de amparar al pueblo, de
proteger a los profesionales, de dar un
lugar que los habilite dando espacio a su idoneidad y formación para poder
hacer ejercicio de sus profesiones olvidando que detrás de cada médico, enfermero,
psicólogo y de todo equipo había y hay
“humanos” y también “pueblo”.
La salud
mental, intenta respirar dando lentas bocanadas de aire, con espasmos dolorosos
que desfallecen ante el ninguneo, y el desconocimiento de su necesidad, de su
lugar dentro de la “salud” ; convulsiona con un código de ética que demanda que
los “Psicólogos” asistan en tiempo de pandemia; pero con colegios y grupos
hipócritas, que hacen caso omiso al
resguardo de la labor; que olvidan aun desconociendo su propias líneas, que la
formación es crucial y hace al ejercicio
del profesional idóneo. Obvia lo necesaria que es la especialización, para
trabajar con otro padeciente; cae al fondo del letargo del que solo recibe
asistencia cuando se piensa tras de ella un posible lucro, o una posibilidad de
sacar algún rédito ególatra, sin importar el precio a pagar si sirve a los
fines, si da visibilidad.
Mientras el
tiempo avanza, voluntarios, colegas, futuros colegas, e intervinientes de todo
el país nos seguimos abrazando con fuerza, aferrándonos como podemos, como se
puede a la profesión y al servicio pero por sobre todo a “ese otro” que hoy no
puede más, que araña lo poco que puede, que deja todo y se expone, que pone
sapiencia, cuerpo, corazón y toda la estabilidad que puede y le resta en pos
del cuidado de lo que sabemos y conocemos como salud. Salud mental.
La Pandemia
como escenario Catastrófico, trajo aparejado con su llegada muertes reales por
contagio del virus, y muertes simbólicas al excluir de todo lugar posible el
cuidado de la Salud mental; ¿Cuántas formas de matar a alguien existen? Muchas
más, de las posibilidades de finitud biológica:
●
Matamos a alguien
cuando lo exponemos a trabajar en contexto de riesgo laboral sin equipos que
los protejan; pabellones de servicios penitenciarios, servicios de salud mental
enteros, asistencia en barrios sin los equipos de bioseguridad.
●
Matamos a alguien,
cuando lo sometemos a jornadas extremas sin posibilidad de descanso, bajo la
“amenaza” de dejarlo “cesante” “separado” del cargo por desacato.
●
Matamos a alguien,
cuando ninguneamos la idoneidad, cuando hacemos oídos sordos a nuestras
limitaciones, y anteponemos nuestro propio beneficio al de los posibles
afectados.
●
Matamos a alguien,
impidiéndole trabajar, negándole el acceso a sus puestos de trabajo sin
alternativa de solución, dando con esto espacio al hambre, a la incertidumbre,
y al abandono del laburante que por años se quemó las pestañas formándose para
el ejercicio.
●
Matamos a alguien,
cuando permitimos que las obras sociales descrean la necesidad del trabajo, el pago de los servicios prestados, y se resta el valor de la
labor por adaptarse al escenario; adaptándose a las circunstancias a pesar de
que la incertidumbre nos coma los huesos.
●
Matamos a alguien
cuando le pedimos se inmole por servicio, descartando el valor de la vida y de
su profesión en aras de una exposición extrema al ambiente hostil.
●
Matamos a alguien,
cuando le arrebatamos la vía de acceso directo a sus ingresos, y no hacemos
algo para que tenga ingresos dignos por una tarea realizada, excluyéndolo de
acceso a posibilidades que al resto del pueblo si se conceden.
Pero por sobre todas las cosas, “matamos a
alguien” cuando somos cómplices, y aguardamos en silencio y pasividad, donde
nos limitamos a expiar culpas y relegar en otros responsabilidades; sin dar
posibilidad a la palabra, sin dar circulación pública exponiendo la hipocresía organizada que desplaza y aplasta
olvidándose de todo.
El covid-19 exigió para su afrontamiento
respuesta inmediata del sistema sanitario, la estabilización de los infectados
y la priorización de lo biológico antes que lo psíquico en un discurso que se instauró
y repitió como una constante, es entendible la priorización de la
estabilización médica, pero ¿es invisible la
importancia de la salud mental en la vía de cuidado y factor de la salud
física?
Detrás de cada enfermo un cuerpo médico, detrás
de cada nosocomio un equipo de salud mental que fue vapuleado: capacitaciones
de los que se excluyó a psicólogos, cuidados estructurales que llegaron por
videos, requerimientos de ultima hora, y equipos enteros quemados, sin recursos
en los cuales recayó toda demanda de respuesta; rápida ágil, “a la altura”.
Detrás de cada enfermo, una familia esperando con gran angustia por las
novedades
en el mejor de los casos, cuando el sistema defensivo responde y el
afectado puede
dar batalla al virus.El letargo tras el coma, que no solo corta la
consciencia del “enfermo infectado” si no que arrebata a los familiares
cualquier tipo de nexo que alimenta la esperanza de “un volver” que se tiñe de una inmensa
incertidumbre expectante de ver salir, de un abrazo al llegar.
¿Y detrás de los equipos? El silencio, el vacío,
la demanda cosificando, robotizando al otro, a toda subjetividad, descansos
inexistentes, corredores sanitarios imposibles, trajes protectores hechos con
bolsas de basura y planchita, videos y jornadas al rescate, ingresos económicos
cayendo, costos de equipos para “estar cuidados” taladrando los bolsillos de
los profesionales sin una cuota de piedad o posible oxigenación por parte del
estado.
Voluntariados, cayendo por el temor, por la
falta de infraestructura que acompañe, trascendiendo cualquier tipo de
delimitación por la poca accesibilidad de alguien que sostenga, que intervenga
y que acompañe la “vivencia de privación” que el aislamiento fue despertando.
Un pueblo que creyó enloquecer, en una situación
inesperada con un sin fin de respuestas esperables para la situación que no lo
era, con factores concomitantes que proyectaron lentamente nuevas crisis y
avatares cotidianos que pusieron en
jacke a toda la población.
Colegas luchando con pacientes en crisis, obras sociales comunicando no
cubrir atención remota, hambre, desesperanza, crisis, temor, incertidumbre….
Y
en todo esto, el rescate, la asistencia, los lazos, la esperanza en recursos y
nexos, en posibilidades hechas lucha, notas, cartas, llamadas, líneas de
escucha, firmas y pedido de visibilidad incansables. La salud mental agoniza,
la emergencia sanitaria exige interdisciplina, idoneidad, respeto, y como nunca
demostró el amor por los campos que salían con nuestros limitados recursos a
ofrecer todo, y mucho más.
El escenario es catastrófico, los recursos son
limitados, el virus del pánico que acompañó el
escenario de la pandemia, y el daño social extremo, mientras los números en
nuestro país crecen día a día ; el número de muertes simbólicas, y el aumento
de los cuadros exacerbados por el aislamiento
nos recuerda, que el estrés sostenido en el tiempo era un punto del que
estar atentos, que el distanciamiento físico
en seres sociales tiene consecuencias y costos que resienten nuestra cotidianidad,
que la incertidumbre del mañana también enferma, y que todo profesional es una
persona con una valía que eligió ser quien es por amor a un campo, donde hoy el
ejercicio lo expone, y enfrenta a quedar de lado sin posibilidades.
Según la
O.M.S hablar de salud, es habilitarse a
pensar en ella como el estado completo de bienestar, físico, mental y social, y
no solo la ausencia de las enfermedades, me pregunto si realmente estamos
pensando en ella al hablar hoy en el escenario de Pandemia.
La pandemia nos ha llenado de
muchas preguntas, quizás algunas reflexiones, tal vez todo punto reflexivo nos
lleve a pensar como fuimos poniendo en juego a los intervinientes y
profesionales, en esta lotería de ganarle al Covid-19 donde se nos exige
ganar-ganar sin pensar en los costos y riesgos que demanda alcanzar una posible
meta que nos permita continuar.